Los temas religiosos
Aproximaciones Americanistas
7 de marzo de 2006
Silenciosa insistencia
Pinta de memoria
Tres expresiones jóvenes, un arte libre y subjetivo
Visiones americanas
Creencia y memoria
La joven pintura
Era un pintor intérprete de la naturaleza
El cielo de Santiago
Galería de fotos
Con Juan Pablo II
Con Amalia Fortabat
Mural en el Subte
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Los temas religiosos no han sido tocados por los vanguardistas en varios siglos. Santiago García Sáenz viene pintando con pura frescura vanguardista desde sus principios hasta que le tocó el desarrollo de su proyecto ya convertido en una suerte de cruzada: “Te estoy buscando América”. Fue tema de una gran muestra en el Centro Cultural Recoleta en 1987. Hoy, cuando la pintura suele pasar por el tamiz de la mente o emerge directamente desde las entrañas, García Sáenz busca soluciones en la profundidad de su corazón y ha agregado una dimensión cósmica a su interpretación costumbrista. Su búsqueda americanista se ha intensificado, pasando por diversos paisajes de la Argentina hasta que accidente –o destino– llega a entrar en el campo de la imaginería cristiana. Meta soñada de tantos artistas antiguos, García Sáenz fue elegido para pintar el Vía Crucis y el retablo del altar de la iglesia de Santa Cecilia en Castelar.Realizó un original Vía Crucis donde cada escena fluye en forma continua abarcando el largo de una pared del templo de Villa Udaondo.
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En lo pictórico su acercamiento al arte espiritual, que aquí contiene tanta carga europea, es personal. Ha logrado un equilibrio entre un expresionismo con reminiscencias de la simpleza de un primitivo combinado con lo gestual que hasta ahora ha identificado su obra. Y construye una síntesis de nuestros paisajes mesopotámicos con aquellas perpetuas figuras bíblicas. García Sáenz propone seguir el camino de la búsqueda por su América hasta 1992 cuando se cumplen los 500 años de europeos establecidos en nuestras tierras. Ambicioso y colmado de fe, ha volcado su entusiasmo y su capacidad creativa en trasformar su peregrinaje en un redescubrimiento personal del nuevo mundo y su continua relación con la cristiandad. Los que vienen siguiendo el progreso de su investigación han observado este proceso a través de los ojos de este joven pintor que nos ofrece sus imágenes optimistas y eternas.
Edward Shaw
ARTINF N°76, Buenos Aires, 1989
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Tengo la satisfacción de señalar muy especialmente la obra de Santiago García Sáenz. Conozco su trabajo de muchos años atrás, lo considero el resultado de una conjunción muy interesante de sentir el paisaje y de conjugarlo con un espíritu místico que resulta muy único en nuestra época. De las muchas aproximaciones americanistas, G. S. ha encontrado un sesgo muy especial. A veces se conjuga con aspectos costumbristas que también destacan el carácter y la investigación de la obra. Si pienso en Figari o Torres García como los ejes del panorama americano, pasando por los mexicanos y otros muchos artistas que han sido tentados por el espíritu "americano"; G. S. ha encontrado un carácter muy individual por lo que creo que bien puede tenérselo en cuenta para la beca.
Samuel Paz
Buenos Aires, Abril de 1996 |
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La selva Misionera que hacia fines del Siglo XX empezara su descenso hacia el Río de la Plata llegó ya a Buenos Aires, a lo largo de la Ruta Panamericana cortó en dos la Avenida General Paz, entró en la ciudad y las primeras raíces y lianas aparecieron ya en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Esta extraordinaria convivencia de una gran ciudad y la selva fue, curiosamente, anunciada hace cien años por Santiago García Sáenz. Describió y pintó con exactitud y sensibilidad notable lo que sucedería con Buenos Aires cien años después. La selva Misionera, que recrea en su interior las Misiones Jesuíticas y las personas que la habitan conviven con la gran ciudad que todavía está. Esta selva está representada por García Sáenz con una inmovilidad tal que se adivina su lento movimiento y se sabe, mirando con atención, que en el año 2096 la ciudad de Buenos Aires va a ser así.
Clorindo Testa
Buenos Aires, Marzo de 1996 |
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Aunque hemos transitado por la presente posmodernidad y se ha avanzado en el camino de los cambios de paradigmas, nuestra cultura acarrea ciertos grados de cartesianismo en sitios que deberían, tal vez, haber ya prescindido de él. ¿Éste tan citado primitivismo del modo de pintar de Santiago García Sáenz, no nos estará hablando de una necesaria recuperación de la inocencia, de una nueva aurora, de una preñada Anunciación y de un tiempo también nuevo? ".Sólo la religión ha permanecido nueva, la religión ha permanecido simple. sólo tu no eres antiguo en Europa oh Cristianismo.", escribía Apollinaire antes de 1913. Aquella "originariedad", esta real novedad, no son otra cosa que distintos aspectos de una misma cuestión no suficientemente vislumbrada. La silenciosa insistencia de García Sáenz a través de su trayectoria parece tocarse en algún punto con las intenciones del poeta de la vanguardia francesa. Sin embargo, aún hoy en una era de arte posthistórico, su centro de significación parece todavía no haber sido descifrado de manera completa.
Mercedes Casanegra
Buenos Aires, Mayo de 2003
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Dicen que Proust llamaba impression véritable a la de quien, al despertarse, mira fuera de la ventana una tira clara, y no logra descifrar si es el mar o el cielo, y sin embargo vive intensamente esa experiencia, sin siquiera saber hasta dónde ésta depende de la presencia de las cosa que la provoca o de sus recuerdos. Las pinturas de Santiago García Sáenz, en gran medida, funcionan de esta manera. Porque García Sáenz pinta de memoria, un tiempo perdido que no proporciona detalles, sino que se abre en cielos inmensos en sordina, en colores que se extienden vaporosos y sin vibración mientras penetran e inundan la imagen hasta convertirse en pensamiento. El mundo de García Sáenz es uno desde hace tiempo: "nada empieza ni termina en mi pintura", precisará más tarde el pintor. Es aquél de la selva misionera, los Cristos y las Anunciaciones, mártires, reyes magos, y natividades que conviven con gauchos y ruinas jesuíticas y a las que el pintor vuelve una y otra vez, como intentando atrapar el lugar donde, por un instante, se puede comprender el sentido profundo del tiempo y la memoria.
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Y entonces, ahí está la naturaleza alucinada de García Sáenz que azota de lleno en el cuerpo, no por su estado bravío sino por su marcha ominosa y resistente. Esas palmeras agujas clavadas como estacas en la tierra, las lunas de lluvia endiabladas, los rayos que se abren como venas en el cielo turbulento y los verdes que avanzan como neblina, envolviendo a su paso, arquitecturas que imaginaron un futuro desolador de edificios espectrales. Son imágenes que se aparecen en oleajes mudos mientras golpean contra los malecones del arte contemporáneo para erguir una pintura alejada de toda pirotecnia y espectacularidad. Porque las pinturas de García Sáenz, con su elegante austeridad, se posan en la recuperación del oficio de pintor para volver a pensarse como forma de indagación, como instrumento quirúrgico que corta en la superficie del mundo. Y mediante el sincretismo, la unión de su imaginería religiosa y los climas selváticos, las madonas y los gauchos, García Sáenz ha formulado una espiritualidad que
impregna -de ahora y para siempre- los atardeceres eternos de una tierra que se pensó como Nuevo Mundo y terminó siendo apenas un recuerdo.
María Gainza
Buenos Aires, Mayo de 2004 |
La joven pintura de los años ochenta -que sucede a dos décadas signadas por la famosa "muerte de la pintura" y las tendencias del minimalismo y conceptualismo- ha asumido una actitud nueva: la creación más subjetiva, libre, dionisíaca, para decirlo en otros términos. Estas formas de expresión, enamoradas de la libertad, denotan la incomodidad del artista frente a un mundo de tecnología y racionalidad. Por lo mismo, es posible hablar hoy de una estética fundada sobre la base de un retorno al "yo", al mundo interior. La situación puede confirmarse frente a las obras de Roberto Elía, Santiago García Sáenz y Cintia Levis expuestas en la Galería Ruth Benzacar (Florida 1000). Cada uno de ellos presenta una aproximación individual a ese fenómeno englobante, haciendo uso de esa libertad de formulación que caracteriza al arte joven. García Sáenz elabora complejas escenas en las que abundan los personajes y animales involucrados en complejas escenas que oscilan desde lo cotidiano y trivial hasta lo demoníaco.
Con una materia particular, sin espesor, pero con una imagen dominada por el gesto libre, el toque expresivo, el cuadro parece ser, en realidad, el significado de una vitalidad, la resultante de una pulsión erótica, el dinamismo de una emoción apenas contenida.
Jorge López Anaya
La Nación, Buenos Aires, Diciembre de 1984 |
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La pintura de Santiago García Sáenz nos remite, como pocas expresiones plásticas contemporáneas, a la cosmovisión cultural más profunda de la América mestiza. El misticismo sincrético de esas Vírgenes que se confunden con la Madre Tierra (esa Madre de todas las madres); el cansancio,la soledad y el dolor infinitos encarnados en su "Señor de los enfermos", reflejo de la devoción popular al Cristo de la Humildad y la Paciencia; las travesías de los peregrinos a través de las selvas naturales o urbanas -igualadas en su acechante seducción-, conforman un fresco de riqueza polifacética, vital como la realidad que reinterpreta pero, a la vez, inasible como la naturaleza mágica de su origen. Como señalábamos antes, la transparente religiosidad de García Sáenz entronca con la mejor tradición artística iberoamericana. Su mirada es la de un observador ferviente -pero lúcido- de los milagros que convoca.
Esos relámpagos que encienden la noche tropical, esas iluminaciones trascendentes, esas apariciones de vértigo, nos alivian y nos consuelan de tanta prepotente omnisciencia occidental, del cada día más imperfecto y patético racionalismo, para regalarnos por un momento la
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percepción de esos paraísos ocultos en la leyenda emocional de nuestra América: aquellos que provienen de la fe, de la pasión, de la exuberante memoria colectiva. La obra que Santiago despliega ante nuestros ojos recorre, precisamente, el mapa deslumbrante de esta memoria común. Desde el Valle de Anáhuac a las riberas del Plata, pasando por el verde corazón guaraní, el antiguo lujo del Barroco americano renace en todo su brillante, excesivo, tenebroso esplendor. Por eso sus visiones, perteneciendo al presente, nos hablan de un pasado que continúa fluyendo como un río luminoso; por eso alumbran nuestra conciencia con la diafanidad irreal de los sueños; por eso nos envuelven al igual que la impalpable niebla de un narcótico, nos abstraen del tiempo, nos fascinan como una hoguera solitaria en el más alto abismo de la noche.
Alberto Petrina
Buenos Aires, Marzo de 1995 |
Santiago García Sáenz se pinta empuñando el pincel y la cruz. Se ve como artista, en definición autoral. Es la asunción de su autocomprensión como pintor, como caballero. Con presente y pasado, con familia, recuerdos. Con memoria.
La transformación de las significaciones que sus telas despliegan rememora, en efecto, las impresiones de la primera infancia. Quedaron fijadas e inspiran toda una serie de estampas en las que se vivencia, nuevamente, la originariedad lejana, la aparición de una imagen sobrenatural que se superpone a la siempre trabajosa elaboración, plena de temores, de temblores, de la constitución del yo. La constitución de una subjetividad que se representa a sí misma y al objeto de sus percepciones, de su imaginación. Este doble registroaquí cuenta siempr. El arte, ya se sabe, es una de las mayores mediaciones por las cuales el artista logra hablar de sí mismo. El racconto sacro del pintor es "su" racconto.
En el ir y venir de las realizaciones el objetivo perseguido consciente, obsesivamente, adquiere relevancia indiscutible. Lo apreciamos en numerosas telas. Implica un tránsito, un recorrido que orienta la mirada y la lleva a admirar el nacimiento del sentido: el alumbramiento del infante sagrado. La travesía relata el encuentro con el otro, es el camino hacia sí mismo que en absoluta necesidad de alteridad suprimió de golpe todas las mediaciones, para ir directamente al Otro.
Rosa María Ravera
Buenos Aires, Marzo de 2000 |
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En cuanto a la Joven Pintura, Santiago García Sáenz, finalista de anteriores ediciones (1991, 1993, 1995), alcanza ahora el Premio Fortabat. En sus telas, ha tratado de unir la historia sagrada y la historia cotidiana, desde una visión exenta de dogmatismos, secularizada y poseedora de una sensibilidad emotiva, que suele deslizarse hacia la ironía.
Con un lenguaje casi de estampas, vívido en su minuciosa y a la vez libre figuración, el artista opone al aparatoso e inhóspito mundo de hoy, simbolizado por los centros urbanos amenazadores, abigarrados, solitarios, quizás ajenos, lo elemental de la Naturaleza, su infinitud de árboles, cursos de agua, animales y cielos. Esta oposición no es, sin embargo, maniquea: en las telas de García Sáenz no hay alegatos ni enseñanzas moralizantes, pero sí cabe en todas ellas una permanente remisión a la trascendentalidad de la[...]
persona humana, olvidada o desechada en nuestro tiempo. Sus obras adquieren, de este modo, el vuelo poético del imaginario popular y la significación pictórica de un mensaje sutil, apasionado, que advierte la presencia de grandes verdades en las pequeñas cosas, y nos la comunica.
Jorge Glusberg
Buenos Aires, Octubre 1997 |
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Como si presintiera sus últimos instantes, el año último, en esta misma fecha presento un libro que reunía pinturas y textos autobiográficos con el título de "Ángel de la Guarda cincuenta años de dulce compañía". Aquella fue una noche inolvidable en el Museo Fernández Blanco. Recibió el cariño de los amigos y la gratitud de los coleccionistas por haber interpretado con su pintura mística la naturaleza de manera sublime.
La sinceridad de sus óleos y el candor con que reflejaba el paisaje, acompañando siempre sus estados de ánimo, fueron forjando un estilo personal, en el que se fundían con naturalidad sus creencias religiosas, su devoción y su amor al campo, al que daba rienda suelta en los largos veranos de Mar del Sur.[...]
"Pintor de pampas, apariciones, selvas y milagros", como lo definió el crítico Damián Bayón, García Sáenz había logrado prescindir de las modas y los modos, para encauzar su arte, al igual que el oriental Figari, por una senda muy personal, inundada de lirismo. En sus paisajes
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urbanos, idealizaba lo formal hasta transformar en un "paraíso miltoniano" el trajín de la Facultad de Medicina y el vecindario de la Plaza Houssay. Siempre dijo que su mejor taller era el galpón del campo. Allí desplegaba sobre la tela los verdes selváticos de Cochori, donde encontraba la felicidad en la libertad del galope a campo traviesa.
En 1997 obtuvo el primer premio en el certamen de pintura joven de la fundación Fortabat y, en mérito de su producción, en 2002 accedió a una beca del Fondo Nacional de las Artes, el Palais de Glace y el Centro Cultural Recoleta, entre otras salas, y su obra quedó reflejada en los murales de la estación Medalla Milagrosa del subterráneo porteño.
García Sáenz parecía pedir perdón con su pintura. Con ellas daba las pruebas de su gratitud, de su complicidad con el Ángel de la Guarda que le había dado 50 años de dulce compañía.
Alicia de Arteaga
Buenos Aires, La Nación |
Es indudable que las conexiones magnéticas de las artes visuales en la zona activa de la guirnalda contemporánea, obstaculizan un tanto la mirada a la que está acostumbrado el público del arte. Pero ésta resulta una especie de plusvalía social, si se interpone en la línea de montaje. bucólicas escenas pintadas de manera crujiente, todo bañado en una aurífera estela astral, para el cómodo viaje de la corte de Jesucristo, en el llano contacto con inefables seres humanos incapaces de un gesto extravagante, siempre en un estado de extraña satisfacción, como si hubiera tenido un reciente almuerzo abundante..
La cómica presencia de estas figuras y animales, plantas y racimos de ranchos oníricos de múltiples pisos simulando una urbe imperial (una intromisión en el espectro de lo que estamos acostumbrados hoy a ver expuesto) nos recuerda de manera escolar su condición de cuadros "pintados a mano".
He ahí la comunión que procede de los cuadros de Santiago. Hegemonía de la naturaleza hace a la condición de su pintura, guardando así la equidistancia con el aduanero. Los cuadros fueron aceptando su devoción y trasnochados de impía lujuria acrílica, reposan hieráticos, custodiando las escenas que tienen el cielo con la tierra.
Renato Rita
Buenos Aires, La Nación, Mayo 2006 |
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Santiago García Saenz con Juan Pablo II |
Santiago García Saenz con Amalia Fortabat |
Mural en el Subte |
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